Durante la guerra de Vietnam, Estados Unidos realizó
maniobras para prolongar la temporada de monzones y dificultar el suministro
del enemigo por los senderos fangosos de la selva. Se calcula que las descargas
químicas en las nubes habrían causado un 30% más de lluvia sobre la gran ruta
logística de Ho Chi Minh.
Entonces Naciones Unidas reaccionó y aprobó una
resolución que prohibía el uso hostil de las técnicas de alteración ambiental.
Más tarde, en 1978, se convirtió en un tratado que Estados Unidos ratificó.
Sin embargo no se prohibió el uso
"benigno" de la modificación del clima.
El pasado febrero, el científico Alan Robock
apareció en varios medios de comunicación internacionales. El experto en clima
lanzó una bomba informativa en la Asociación Americana para el Avance de la
Ciencia:
Los servicios de inteligencia están financiando
investigaciones sobre el cambio climático, pero no para frenarlo, sino con el
objetivo de utilizarlo como arma.
Robock puso como ejemplo su propia investigación, un
informe reciente que fue parcialmente financiado por la CIA. La agencia no ha
explicado su interés en el mismo, ni cómo va a utilizar esa información.
El experto confesó haber recibido una llamada
preocupante: "Me dijeron: 'Estamos trabajando para la CIA y nos gustaría
saber si seríamos capaces de detectar que otro país está controlando nuestro
clima'". En el fondo, argumentó Robock, los agentes de inteligencia
querían saber otra cosa: "Si quisiéramos controlar el clima de alguien,
¿podrían averiguarlo?".
"Estoy muy preocupado sobre quién va a tener el
control", sentenció el científico ante la prensa.
Las armas de Dios: la verdad sobre la guerra meteorológica.
Los servicios de inteligencia están
financiando investigaciones sobre el cambio climático, pero no para frenarlo,
sino para utilizarlo como arma.
El pasado mayo, Vladimir Putin se gastó 7
millones de euros en impedir que lloviera durante el desfile del 70 aniversario
de la Segunda Guerra Mundial. Todo tenía que estar perfecto, así que encargó que varios jets dispararan un
cóctel químico contra las nubes que intentaban posarse sobre Moscú.
La operación fue un éxito y el sol brilló
sobre la Plaza Roja, pero ya se advirtió de que varias poblaciones sufrirían
inundaciones a sesenta kilómetros de la capital.
No es la primera vez que el presidente ruso juega a ser Dios.
Este sistema de intervención
meteorológica fue ideado en la época de
Stalin y se ha utilizado en grandes ocasiones, como cuando unas lluvias
torrenciales amenazaron un concierto de Michael Jackson en la capital en 1993.
Tampoco es ninguna novedad que existan empresas que venden horas de sol en bodas y eventos:
es lo que se conoce como cloud seeding o siembra de nubes.
Llegados a este punto es fácil deducir
que la manipulación del clima es un
sector interesante para la industria militar.
Imagina: ser capaz de crear un huracán
que barra a las tropas enemigas, inundar países, abrir las aguas como Moisés,
disparar un rayos al estilo de Zeus.
Hasta hace poco, todo aquel que nombrara
los programas de Rusia y Estados Unidos para controlar el clima o mencionaran
la llamada Weather Warfare, eran
tachados de poco más que blogueros conspiranoicos.
El tono hollywoodiense de algunas
advertencias, como la del teniente coronel retirado Thomas Bearden, no ayuda a
quienes están convencidos de la existencia de una Guerra Fría Climática entre
dos ejes: Bearden llegó a afirmar que el
huracán Katrina fue cosa de los rusos.
Veamos qué hay de cierto en todo esto.
Risa con acento ruso
Sólo con rozar las teclas ya es posible
encontrar información sobre el proyecto SURA. Pero se trata de información poco
fiable o sin confirmar por ninguna fuerte autorizada.
SURA consistiría una instalación ubicada desde 1981 en la localidad de Vasilsursk,
desde donde los científicos rusos habrían estudiado los efectos de las bajas
frecuencias sobre la ionosfera, una parte intermedia de la atmósfera terrestre
con propiedades que permiten reflejar ondas de radio emitidas desde la
superficie terrestre.
Las
misiones malignas llevadas a cabo desde esa supuesta instalación son un misterio, aunque haya figuras como el meteorólogo Scott Stevens que estén
empeñados en demostrar la huella del Kremlin en los desastres naturales que
azotan las costas de Estados Unidos.
Tanto el huracán Katrina como Ivan, ha
dicho Stevens, son nombres rusos. Y el de este meteorólogo es el hazmerreír de
la comunidad científica estadounidense.
Popeye te hará tragar saliva
Precisamente uno de los pilares de la
ciencia norteamericana, el matemático John von Neumann, fue uno de los primeros
en empezar a trabajar en la modificación del clima después de la Segunda Guerra
Mundial.
A finales de los años 40 convenció al
Departamento de Defensa de que invirtiera en un proyecto que permitiese destruir al comunismo a través de sequías
devastadoras.
Así se descubrió la técnica de la siembra
de nubes, el Pentágono se apropió de ella y poco después se aplicó a uno de los casos más conocidos en guerra
meteorológica: el Proyecto Popeye.
Durante la guerra de Vietnam, Estados
Unidos realizó maniobras para prolongar la temporada de monzones y dificultar
el suministro del enemigo por los senderos fangosos de la selva. Se calcula que las descargas químicas en
las nubes habrían causado un 30% más de lluvia sobre la gran ruta logística
de Ho Chi Minh.
Entonces Naciones Unidas reaccionó y
aprobó una resolución que prohibía el uso hostil de las técnicas de alteración
ambiental. Más tarde, en 1978, se convirtió en un tratado que Estados Unidos
ratificó.
Sin embargo no se prohibió el uso
"benigno" de la modificación del clima.
HAARP
En 1996 un grupo de siete oficiales de
las fuerzas aéreas estadounidenses dieron la voz de alarma: los rusos habían
hecho avances. Estaban construyendo
"espejos artificiales" en la ionosfera que podrían dejar
inutilizados a los satélites de EEUU.
Y la reacción llegó en forma de HAARP ( High Frequency Active Auroral Research Program), el
programa militar estadounidense con una instalación
secreta en Gakona, Alaska.
Los planes oficiales del HAARP consisten
en "probar el control de las subtormentas geomagnéticas en la
ionosfera". Lo que traducido al lenguaje terrícola implicaría controlar el fenómeno que genera las auroras boreales
mediante 180 antenas.
Manipular este espectáculo de luces
tendría utilidad a la hora de interceptar señales de radar y radio, incluyendo
las que se utilizan desde los submarinos. Aunque la gran ambición militar del HAARP corresponde al científico Bernard
Eastlund, uno de los impulsores de la voz de alarma que los militares
estadounidenses dieron en 1996.
Según Eastlund, esta tecnología podría
ser capaz de desactivar tornados y crear un escudo antimisiles.
Y ahora qué
El pasado febrero, el científico Alan
Robock apareció en varios medios de comunicación internacionales. El experto en
clima lanzó una bomba informativa en la Asociación Americana para el Avance de
la Ciencia:
Los servicios de inteligencia están
financiando investigaciones sobre el cambio climático, pero no para frenarlo, sino con el objetivo de utilizarlo como
arma.
Robock puso como ejemplo su propia
investigación, un informe reciente que fue parcialmente financiado por la CIA.
La agencia no ha explicado su interés en el mismo, ni cómo va a utilizar esa
información.
El experto confesó haber recibido una
llamada preocupante: "Me dijeron: 'Estamos trabajando para la CIA y nos
gustaría saber si seríamos capaces de detectar que otro país está controlando
nuestro clima'". En el fondo, argumentó Robock, los agentes de inteligencia querían saber otra cosa: "Si
quisiéramos controlar el clima de alguien, ¿podrían averiguarlo?".
"Estoy muy preocupado sobre quién va
a tener el control", sentenció el científico ante la prensa.
Ante todos estos datos, no es posible extraer solamente una
conclusión:
Es muy probable la imaginación humana aún
llegue más lejos que los avances reales.
Parece evidente que la naturaleza ya no
es del todo incontrolable.
Ser Dios es una cuestión de ciencia y
presupuesto.
FUENTE ORIGINAL: http://www.playgroundmag.net/
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